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HOMENAJE A
HORACIO DOVAL |
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Narciso Horacio Doval nació el 4 de enero de 1944 en la Capital Federal, en el barrio de Palermo. Un hogar humilde, con una madre enferma, cuatro hermanos varones y una hermana mayor. Su padre, un gallego dueño de un restaurante, falleció cuando él tenía solo 9 años, Fallecido más de tres décadas atrás, transitó una vida colmada de anécdotas y mitos... |
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La noche del 12 de octubre de 1991, Narciso Horacio Doval tenía apenas 47 años cuando un infarto masivo lo fulminó en la puerta de New York City, la discoteca de la avenida Álvarez Thomas que durante mucho tiempo fue epicentro de la noche porteña. En los días previos había jugado (y ganado) un torneo amistoso de futsal y celebrado el triunfo de su amado Flamengo sobre Estudiantes, en La Plata, por la Supercopa de ese año. O dicho de otro modo, en un puñado de horas había conjugado todas sus pasiones: el fútbol, la práctica deportiva sin límite y la noche. No consta en los archivos ni en las narraciones, pero es imposible descartar que también haya habido alguna compañía femenina en esas jornadas con final trágico. La pinta que causaba furor en los años juveniles permanecía intacta en la proximidad de la cincuentena.

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Narciso
Horacio Doval,
el segundo desde
la izquierda, en
un entrenamiento
de San Lorenzo;
al frente, a la
derecha, Héctor
Rodolfo Veira y
Carlos Buticce a
la izquierda. |
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“Doval no
tenía nada de
loco. Era
muy vivo, muy
despierto, muy
pillo. Y cuidaba mucho la plata”, asegura Miguel
Ángel Brindisi, quien compartió con el rubio de ojos azules un año
de vestuario en
el Huracán de
1971. Los
rebusques
palermitanos de
aquel tío nunca
abandonaron al
jugador que, desde
el momento en
que se asentó en
la primera de
San Lorenzo,
deslumbraba por
sus gambetas, su
velocidad y sus
frenos
imprevistos. Vendía
camisetas
Lacoste entre
sus compañeros
de equipo ”Tenía
una costumbre
muy graciosa. Si
alguien le pedía
colores lindos,
en el cuadernito
donde anotaba
todo escribía el
nombre del que
hacía el pedido
y al lado ponía:
colores lindos”,
rememora
Brindisi, llevaba
y traía de
Brasil bikinis,
jeans o lo que
fuese que
podía dejarle
algún beneficio:
“Tengo que
aprovechar
ahora, el día
que deje de
jugar nadie más
va a hacerme
caso”,
decía.
El afán
comercial
acabaría
jugándole una
mala pasada. El
lanzaperfume, un
aromatizador de
ambientes que
tiene éter y
cloroformo en su
composición,
estaba
considerado una
droga en Brasil,
pero no en la
Argentina. El
Loco vio que ahí
se escondía un
negocio rentable
y comenzó a
viajar a Río con
un buen
cargamento cada
vez que volaba
desde Buenos
Aires. “Un
frasco ya pagaba
el costo de una
caja entera”,
apunta Pepe
García. Doval le
iba pasando el
cargamento a un
comerciante
local que se
ocupaba de la
venta, pero todo
el mundo conocía
el origen de la
mercadería.
En 1976, el Loco
ya jugaba
en el
Fluminense,
después de dar
el salto nada
menos que desde
el archirrival
Flamengo, a principios de ese año. Al Mengão había llegado
en 1969, llevado
de la mano por
Elba de Padua
Lima, Tim, el
técnico de Los
Matadores de San
Lorenzo,
campeones del
Nacional 68, y
ya había
cautivado a los
torcedores (y a
las garotas en
las playas, pero
eso pertenece a
otro capítulo).
A finales del 75
en el club
rojinegro, eran
muchos los que
pujaban porque
el máximo ídolo
de la
institución
volviese a ser
un brasileño, y
tenían un
candidato que
prometía: Arthur
Antunes Coimbra,
Zico, a quien opacaba la presencia de Doval. |
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A comienzos de
1964, en la
tesorería de
Avenida La Plata
no había dinero.
La decisión de
la Directiva
sanlorencista
fue afrontar el
campeonato con
lo que había. El
gasto fuerte se
había realizado
el año anterior
con la
contratación del
tucumano Rafael
Albrecht a
Estudiantes de
La Plata. Ante
la falta de
fondos, el
entrenador José
Barreiro echó
mano a una
Tercera con
buenos
rendimientos.
Apostó a los
pibes. Encontró
un zurdito que
vivía en la
calle Chiclana
que le pegaba,
como dijo el
maestro Juvenal como
si tuviera un
palo de golf. Era el Héctor
Rodolfo Veira. El Bambino, porque aún no había llegado a
la mayoría de
edad. Más
grandes, pero
sin tener veinte
abriles, estaban
el rubio de
Palermo Narciso
Doval y el habilidoso zurdo marplatense al que le decían Popoff, pero respondía al nombre de Victorio
Casa.
San Lorenzo
arrancó mal. En
las primeras
diez fechas tan
sólo ganó dos.
Eso si, uno de
esos encuentros
fue ante Racing
en el Cilindro,
estadio donde
nunca se había
retirado ganador
desde su
inauguración en
1950. Gol del Bambino.
Pero la historia
comenzó a
forjarse con el
debut en primera
de Fernando Areán. Centrodelantero hábil, con
claridad para la
definición. Se
conformó una
delantera de
pibes: Doval y Popoff tenían
apenas veinte
años. Areán uno
menos. Sólo
superaban la
veintena Juan
Carlos Carotti y
el paraguayo
Eladio Zárate.
Estos pibes -
con calle,
barrio y esquina
- pronto se
metieron a la
tribuna en el
bolsillo. Los
chicos del
Ciclón eran aire
fresco. Gambetas
en lugar de
marcajes a
presión. Aparte,
tenían pinta
renovada. No
usaban gomina ni
bigote anchoita.
Doval y Veira,
rubios de pelo
largo para la
época, rompían
la gris
monotonía.
No fueron
campeones y
ninguno lo será
en nuestro país.
Narciso Doval lo
será en Brasil.
Pero el
desparpajo y las
ganas de jugar
les valieron un
reconocimiento
histórico. En el
mundo del cero a
cero, cuando las
defensas
predominaban por
sobre los
ataques, el
Bambino Veira
fue goleador
1964 con sólo 17
goles. Fueron la
única delantera
que perduró en
el tiempo -
apodo incluido -
sin títulos o
goleadas
históricas. Es
el
reconocimiento
del pueblo
futbolero que
respondió con
gratitud a estos
muchachos que
regalaron
sonrisas y
gambetas.
Narciso Horacio
Doval debutó
en primera en
1962 como
entreala
izquierdo, pero
se consolidó
pegado a la
raya. Nació el 4
de enero de
1944. Su
carácter era
alegre, festivo
y completamente
desprejuiciado.
Su carrera tuvo
una mancha en el
famoso incidente
del vuelo a
Mendoza en 1967.
Fue acusado de
manosear una
azafata. Dicen
que se comió el
garrón en
defensa de un
compañero
casado. Luego de
una larga
suspensión, su
carrera continuó
en Brasil. Allí
fue ídolo y
figura del
Flamengo y
Fluminense. Su
vida era
paradisíaca:
playa a la
mañana,
entrenamiento
liviano por la
tarde y joda por
la noche. Todo
con el
Concorvado como
postal. Falleció
el 12 de octubre
de 1991, víctima
de un paro
cardiorespiratorio
a la salida del
boliche New York
City de Buenos
Aires. Tenía 46
años. |
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