Se establecieron
en el barrio de
Mataderos, en
las calles
Albariños y
Avenida del
Trabajo. El
grupo familiar
estaba compuesto
por los padres,
Francisco y
María, y tres
hijos: José,
Mario y Mierko.
Todos
españolizaron
sus nombres al
llegar: el
pequeño Mierko,
por entonces de
7 años, en
realidad se
llamaba
Miroslavo. “Cuando
llegué al país,
lo único que
podía hacer era
jugar al fútbol,
porque era la
diversión de los
pobres, ya que
era lo más
barato y lo más
divertido y
además había
campo y lugares
para hacerlo”, declaró
ya retirado.
Blazina fue un
arquero
distinto, un
futbolista
atípico. Y con
su estilo y su
personalidad
absolutamente
fuera de lo
común, era
lógico que su
carrera
comenzara de
forma inusual.
Hasta los 16
años nunca había
jugado al
fútbol. Recién a
principios de
1941 jugó unos
10 partidos en
dos clubes de su
barrio: Juventud
Independiente y
Albariños.
Después atajó
dos partidos
para El
Porvenir, ambos
de contrabando,
porque no estaba
fichado. Las
autoridades no
advirtieron que
jugó sin tener
el permiso
correspondiente,
pero el destino
quiso que lo
viera actuar el
señor Pedro
Herrera, un
socio y delegado
de San Lorenzo
de Almagro,
quien
impresionado por
sus aptitudes lo
llevó a probarse
al club.
Tenía edad de
sexta, pero
ingresó
directamente a
la tercera
división. Su
ascenso fue
meteórico. El
camino que
transita la
mayoría de los
futbolistas
hasta llegar a
primera, Blazina
lo recorrió en
menos de un año.
En forma
extraoficial, su
primera
presentación en
el arco del
Ciclón fue en el
marco de un
hexagonal
amistoso
nocturno,
llamado “Torneo
Preparación”,
que San Lorenzo
afrontó con un
once suplente,
ya que los
titulares
estaban de gira
por México. Fue
el 10 de enero
de 1942, en una
victoria 2-1
sobre Tigre, en
el Gasómetro.
Luego de esa
experiencia, por
su edad bajó a
la quinta, para
volver después a
afianzarse en la
tercera. Sobre
el final del
‘42, volvió a
ser convocado
para el equipo
superior. Jugó
dos partidos por
la Copa Adrián
Escobar y tres
en una gira
amistosa por
Chile. Con solo
17 años se dio
el gusto de
compartir team
con cracks de la
magnitud de
Ángel Zubieta,
Isidro Lángara y
Rinaldo Martino.
Arrancó 1943
siendo el
arquero de la
tercera, un
equipo
formidable
bautizado como
“La Orquesta”.
Salió campeón en
una campaña
brillante: jugó
30 partidos,
ganó 24, empató
5 y perdió 1,
convirtiendo la
astronómica
cifra de 123
goles, un
promedio de más
de cuatro tantos
por encuentro.
Era tanta la
superioridad
sobre sus
rivales que
Blazina le
atribuyó su
famosa serenidad
y sangre fría
para atajar: “Es
posible que esa
característica
la haya
adquirido o al
menos
desarrollado
durante mi
actuación en la ‘Orquesta’.
La excelentísima
defensa de este
cuadro me
ahorraba
enormemente la
tarea,
deparándome
prolongadas
inactividades en
los matchs. Así,
siempre estaba
frío”. Jugó
19 partidos con
esa tercera
campeona: los
últimos no los
disputó porque
para entonces se
había adueñado
del arco de la
primera. Debutó
oficialmente el
26 de septiembre
del ’43, por la
fecha 20 del
torneo de
primera
división. San
Lorenzo derrotó
a Platense 2 a
0, en el viejo y
desaparecido
estadio de
Manuela Pedraza
y Crámer. Ocupó
el lugar del
hasta entonces
arquero titular,
Luis Heredia, y
jugó los 11
encuentros
finales del
campeonato y los
primeros 4 (de 6
en total) de la
primera copa
nacional ganada
por el CASLA, la
Copa de la
República “Pedro
Pablo Ramírez”,
trofeo que San
Lorenzo
conquistó en
forma invicta.
El puesto de
arquero ha sido
propicio de los
tipos
pintorescos. Es
que en el arco
ha mucho tiempo
para pensar
muchas cosas, al
margen del
partido que se
juega allá
lejos. Y no
todos tienen eso
de Gatti o de
Carrizo, que es
vivir el partido
en todo momento
y hasta jugarse
apuestas consigo
mismo sobre lo
que va a hacer
el contrario,
disfrutando
intensamente
cuando lo
intuido se hace
cierto.
Mierko Blazina,
el húngaro atajó
para San Lorenzo
entre 1943 y
1955, aparte de
tener el record
de partidos
jugados entre
los arqueros del
Ciclón, fue
record en
materia de
sangre fría. Se
jugaba a cuatro,
cinco metros de
su arco, y
Blazina estaba
allí, impasible,
como si el juego
estuviera en la
valla de
enfrente o él se
encontrara en
alguna otra
cancha muy
distante de
allí.
En 1954 jugaban
Ferro y San
Lorenzo en
Caballito. Hubo
un tiro libre
para los verdes
y mientras
Piovano se
preparaba para
patear, Blazina
acomodaba la
barrera. Y lo
hizo con tanto
esmero,
indicándole a
éste que se
corriera un
cachito más a la
derecha, al otro
que no abriera
las piernas, a
aquellos dos que
se apretaran
más, que cuando
se quiso acordar
la pelota estaba
adentro... “La
barrera todavía
no me gustaba”,
le confesó
después a un
amigo, “pero ya
que me habían
hecho el gol, la
dejé así, no
más...”
Se hizo famoso
por sus rarezas,
que incluían
contenciones
magistrales
(como aquel
penal que le
sacó a Cerviño
en la
inolvidable
campaña
sanlorencista
del 46 y
distracciones
increíbles (como
el tiro libre
del Piovano). Y
también por su
cábala de
colocar un
papelito con una
piedra adentro
unos centímetros
delante de la
raya del área
chica y en la
línea del centro
del arco. Era
cábala y también
guía para
ubicarse en el
arco, sobre todo
cuando volvía de
apuro. Lo que
prueba que
tampoco era tan
rayado como la
gente pensaba... |