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LA PAGINA DE LA MUJER por Graciela Gerbino
Ahora el luto va por dentro.




Hoy vestir de negro no remite a ninguna interpretación en particular. Es un color aceptado, requerido, que se usa en distintas ocasiones y que no se asocia necesariamente al rito fúnebre. Sin embargo, durante muchos períodos históricos ?andar de luto? fue una manera de expresar el dolor por la pérdida de un ser querido, y era tan común como la ropa para ir a tomar té o la que se usaba para ir a la ópera. Ahora que se viene la celebración del Día de Todos los Santos, revisamos de qué se trataba esta tradición, cuáles eran sus principales características y cómo fue cambiando hasta prácticamente desaparecer...

 

 

En tiempos en que los cementerios son como jardines botánicos y las tumbas pasan desapercibidas tras un prado verde y tupido; en que los velorios duran un día y se realizan lejos de la casa del difunto, y cuando se visten de negro solo las familias más tradicionales, la muerte parece estar camuflada. Y el duelo parece haber sido sustituido por una normalización forzada, que busca que el sufrimiento termine siempre lo más rápido posible. Sin embargo, no siempre fue así. Ya desde el siglo XII y hasta principios del siglo XX manifestar dolor -con distintos matices- formaba parte del rito social de expiración: el velorio, el entierro, las cintas negras en las puertas de las casas, las tarjetas de condolencias y el luto posterior. Todo estaba detallado, reglamentado. “Cuando moría alguien, las fiestas, las comidas y las reuniones sociales se suspendían. Los hombres vestían trajes oscuros y, a veces, llevaban un brazalete en el antebrazo, al igual que los niños”, cuenta Fanny Espinoza, conservadora textil del Museo Histórico Nacional. “Las mujeres usaban vestidos negros, de telas sencillas y sin brillos. Incluso si se iban a casar tenían que hacerlo de negro, solo el velo y los adornos de azahar podían ser blancos”, describe. Alejandra Araya, magíster en Historia de la Universidad de Chile y actual directora del Archivo Central Andrés Bello de la misma casa de estudios, explica: “El luto forma parte del abanico de prácticas en torno a cómo se vive, paradójicamente, la muerte. Es una ritualidad que tiene sentido cuando es social, comunitario, cuando transmite una serie de mensajes: avisa que alguien murió, que hay personas dolidas, que hay que reunirse, que hay que condolecerse”.
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Hoy vestirse de negro no denota nada especial. De hecho, el ‘little black dress’, el vestido corto y de cóctel popularizado por Coco Chanel, es una prenda clásica y extremadamente versátil. Usarlo puede indicar elegancia, autoridad, femineidad, misterio e incluso hasta el gusto por algún estilo musical determinado. Cualquier interpretación podría ser válida. La asociación del color a la muerte viene de la tradición religiosa española que lo usaba para representar la ausencia de luz, el dolor por la privación de la vida. Esta costumbre se impuso por sobre las tendencias de moda italiana y francesa a mediados del siglo XV, y se potenció con la austeridad del protestantismo. “Al negar a las acciones humanas el propio valor por el rechazo de las buenas obras, como también de sus consecuencias, el ser humano se enfrenta a la creencia de un destino que lo domina. Encadenado a él, la idea de la muerte lo aterra y paraliza. Entonces aparece en todo su esplendor la simbolización del luto, para ayudarlo a la descompresión de sus sentimientos”, cuenta la socióloga argentina Susana Saulquin, en su libro La Muerte de la Moda, el Día Después. Lejos de desaparecer, el imaginario mortuorio se enriqueció durante todo el siglo XVI y principios del XVII. Pero no fue sino hasta a fines del siglo XVIII cuando se instaló una nueva estética que provenía de Francia y que celebraba, en todas sus manifestaciones artísticas, el absolutismo del Estado y la vida en contraposición a la muerte. Los lutos eran estrictos y estaban pauteados por un ceremonial severo que se desplegaba en todo su esplendor durante las ceremonias fúnebres de la corte. Los vestidos eran negros, con grandes puños de tela blanca y lisa, denominados plañideras o lloronas. “Estas bandas de tela blanca, que se colocaban encima de las mangas, continuaron llevándose durante todo el período. Las medias blancas o de color, los encajes, las pelucas con lazos o empolvadas, estaban prohibidas en la corte para los lutos y las visitas de luto”, escribe Saulquin.

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En Chile, paralelamente, continuaba el sincretismo entre las tradiciones españolas con las indígenas. En las ceremonias se rodeaba el lecho del moribundo y se cantaban oraciones llorosas que agarraban vuelo con el resonar de las campanas de las iglesias circundantes. “Los duelos y los entierros eran actos comunitarios que funcionaban a la manera de catarsis, donde el sentido colectivo acerca del fenómeno de la muerte era un espectáculo social”, afirma Antonia Benavente, doctora en antropología de la Universidad de Chile, en su artículo ‘La Concepción de la Muerte y el Funeral en Chile’, publicado en la Revista de Antropología de la misma universidad. Y agrega: “Se entremezcló la concepción mística de la España colonizadora y citadina, con las costumbre indígenas de tradición rural. La muerte y todo lo que existía tras ella no se separaba del mundo social, al contrario, lo cohesionaba aun más, lo transformaba en un hecho cotidiano, al referirse al difunto en forma familiar como ‘el finado’ y, fundamentalmente, porque sus restos reposaban en la iglesia, un lugar donde se realizaban todo tipo de actividades”.

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“Que el luto haya prácticamente desaparecido de la ciudad puede deberse a la pérdida del sentido de comunidad. Ahora se trata de un proceso más personal, la gente dice que el luto es algo que se lleva por dentro, que no se necesita que todos lo sepan”, dice Alejandra Araya. “También hay un temor a la ritualidad porque esta supone darse un tiempo para interiorizar lo que ha sucedido. Y eso es lo que el individuo moderno no quiere hacer, porque si se da ese tiempo, sabe que encontrará  dolor”, prosigue. Otro factor que ha ayudado a que el duelo se practique cada vez menos está relacionado a la confianza de las personas en la ciencia. “Hay una creencia de que la muerte es un dato controlable. Que gracias a la medicina te mejoras, disminuyes las dolencias, sufres menos, entonces el morir se va borrando de tu horizonte. Hoy toda la lucha es en contra del dolor, contra el envejecimiento, que es en el fondo, morir”, sostiene Araya.

 

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Aunque la duración del luto varía según la época, su indumentaria es similar en la mayoría de las sociedades occidentales independiente de la zona geográfica, ya que va de la mano de la moda. “Para asistir a la ceremonia o durante los días después del entierro era común que las viudas cubrieran su rostro con un velo, que salía de una toca desde la cabeza y que tapaba parte del cuerpo”, cuenta Fanny Espinoza, del Museo Histórico Nacional. También era normal que durante el primer año las mujeres llevaran capotas -tocados que se anudan por debajo del mentón-, cadenas, aros y prendedores solo de azabache, ónice o amatista -ya que los accesorios de oro, de color o de piedras preciosas debían ser guardados-, y horquillas y peinetas opacas en reemplazo a las de carey. En su libro, la socióloga Susana Saulquin detalla la evolución desde el ‘luto riguroso’ hasta al ‘medio luto’ o ‘luto aliviado’ en el caso de la vestimenta femenina. “El primer año tenían que usar gorra, toca o sombrero según la edad, de crespón (tela negra con la que se confeccionaban los trajes y vestidos de luto) con velo drapeado. Traje de cachemir o merino con adornos de crespón inglés y guantes de piel de gamuza. En el segundo año, gorra, toca o sombrero de granadina o gasa chiffon con un velo de la misma tela y con velito de tul a la cara. Llegado el medio luto del tercer año, el crespón se reemplazaba por tejidos menos severos, en invierno de seda o terciopelo y en verano de seda. Los guantes podían ser de seda o cabritilla. En cuanto a los trajes, podían emplearse telas, seda brillante y puntillas blancas”. En el texto La Indumentaria de Luto de Finales de Siglo XIX y Principios del Siglo XX, se detalla aun más. La piel de astracán (tejido de lana o de pelo de cabra) era la única que podía vestirse, y los paraguas y las sombrillas debían tener mangos de madera negra, con armaduras oxidadas. “Cuando el luto ya estaba en su último período, dependiendo del parentesco con el que había muerto, era posible optar por vestidos que no fueran negros, siempre y cuando fueran de colores discretos, como el morado o el violeta”, explica Fanny Espinoza. “Así, progresivamente, el negro se iba cambiando por colores similares, hasta llegar a colores claros, como el malva, y terminado el luto se podía volver a la vestimenta normal. Aun así, había mujeres que tras quedar viudas o perder a una persona querida cercana decidían vestir de negro hasta su muerte, tal como lo fue el caso de Victoria Subercaseaux, la esposa de Benjamín Vicuña Mackenna”.